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Soledad

Embalse en las cercanías de Aguilar de Campoo

La soledad gestionada

Vitoria

Soledad es nombre y es un estado vital, una clase de padecimiento, que más que destruir el mundo establece una barrera entre este y los individuos, pues deja a aquel intacto como una tormenta desampara a la persona aislada. Thomas Dunn, en su ensayo Loneliness as a Way of Life, insiste en cómo la soledad puede pensarse como algo fundacional en el sentido de que a la postre todos nos vislumbramos a nosotros mismos estando solos en el universo. Un símbolo, quizá el más importante en la esfera de la política, de la fantasmal presencia de una distinción casi borrada entre los ámbitos público y privado de la vida. Para Dunn, el personaje de Cordelia en El rey Lear es el epítome de una soledad entendida como la experiencia, en su sentido más profundo, de la desaparición.

El aislamiento forzado o voluntario, la incomunicación como incapacidad o como repudio del otro, la clausura del ermitaño, el retraimiento ante el ruido urbano, el placer por sumergirse en el vacío del territorio, son formas de soledad que acompañan a la lírica y a las ciencias sociales. Si las Soledades es una de las obras fundamentales de Antonio Machado, la anomia en tanto que aislamiento del individuo, como consecuencia de la falta o de la incongruencia de las normas sociales, es una categoría fundamental de la sociología. La psicología y de antropología también se ocupan del tema porque configura expresiones vitales que para algunos son patológicas mientras que para otros son salvíficas.

Calle Zamora, Salamanca

Pero en cierto modo también la soledad como una forma de vida es una expresión de los tiempos que corren. Si hasta hace muy poco los hogares unipersonales eran una rareza, hoy ocupan un porcentaje que en algunas sociedades llegan a configurar una tercera parte del total. A la extensión de la longevidad con personas viudas y cuyos hijos dejaron la casa familiar hace tiempo, protegidas por una sanidad que funciona aceptablemente y con cuidados especiales, se une la propensión creciente de jóvenes profesionales a vivir solos. De pronto, la tendencia tiene tal fuerza que logra dominar el mundo del consumo en todos sus frentes, desde el tipo de vivienda a las formas de ocio, e igualmente se convierte en un asunto político.

El gobierno británico ha puesto en marcha una Secretaría de Estado para abordar los problemas que padecen nueve millones de personas que viven solas en las islas. Su situación se asocia a menudo con enfermedades cardiovasculares, demencia, depresión y ansiedad. Hasta 200.000 personas mayores no tienen una conversación con un amigo o un familiar en más de un mes, y entonces la soledad es tóxica pues tener con quién hablar es un enorme paracaídas para la salud.

En España, el Instituto Nacional de Estadística al analizar las tendencias hacia las que se encamina el país  señala que en los próximos 15 años si bien los hogares más comunes son y seguirán siendo los formados por dos personas -allá por los años setenta, los hogares albergaban en general a cuatro personas; en 2001 la media era de 2,9 personas por hogar, veinte años más tarde es de 2,48 y dentro de quince años más será de 2,36-, los que más crecerán son los hogares unipersonales que subirán en tres puntos hasta alcanzar el 28,9% en 2037. En números, son 6,5 millones de personas, uno de cada ocho residentes en el país. Para entonces, el 26% de la población habrá cumplido los 65 años, y un 8% tendrá o superará los 80.

«36» obra de Carlos Simón

Además de ser tóxica, la soledad es una “epidemia” relacionada con el debilitamiento de instituciones que tradicionalmente tejían conexiones entre las personas, como los sindicatos, la iglesia, la familia, los pubs y los centros de trabajo. Incluso los cajeros de los supermercados, uno de los últimos bastiones para conversar de las personas mayores solas, se están sustituyendo por máquinas automáticas. Su gestión requiere, a fin de cuentas, comprar un tipo de compañía, pero la soledad es algo más profundo.

No aplaudir

Conjugar la apabullante soledad de la existencia de uno al alimón de la vida en común con quienes lo rodean es una de las artes más complejas. Es algo más sutil que la clásica tensión entre individualismo y comunitarismo. En esta lo que se confronta son estilos de vida que imponen, además, formas de organización social. La historia de las ideologías está nutrida por fórmulas tan diversas como el liberalismo, el anarquismo o el comunismo, sin olvidar al nacionalismo. La construcción de la identidad social en combate con la forjada por la propia conciencia. El bien individual frente al interés colectivo.

Weimar

La fábula de las abejas de Mandeville, que hacía de los vicios privados el beneficio público, confrontada a toda una literatura de relatos utópicos y de sueños de felicidad individual en el marco de grupos humanos armoniosamente estructurados. Una tensión permanente que también configura el marco de actuación de las elites sojuzgando a las masas o, viceversa, adquiriendo estas un papel protagonista. La historia de la humanidad en un continuo del cero al infinito. Del aislamiento absoluto al colectivismo universal. De la exclusión a la integración.

Pero ahora me interesa referirme a la soledad más íntima, aquella que se puede encontrar tanto en el profundo silencio de la madrugada, cuando al dar una vuelta en la cama uno piensa en la jornada que le espera a la vez que conjuga sus más íntimas aspiraciones, las más profundas frustraciones, como en la algarabía de un espectáculo multitudinario, cuando, en el fragor del ruido generado por quienes te apabullan, tienes un destello de lucidez para preguntarte qué narices pintas allí. Ser entonces consciente de la rareza del devenir personal, de la incapacidad de encontrar una explicación coherente a lo que sucede en el convulso derrotero. Para paliar ese hiato, desde tiempos añejos el ser humano inventó una respuesta gestual. A guisa de un aleteo, en un determinado momento tuvo conciencia de que se podían alejar los malos augurios con un simple batir de palmas. Un gesto que igualmente podía traducir el movimiento en sonido.

Aplaudir es una acción que integra un impulso individual en un acto coral. Una forma de manifestar admiración ante el buen hacer y así mismo de respeto frente a quien terminó satisfactoriamente una tarea o simplemente se fue. Una manera de asentir y a la vez de acallar toda disidencia. Si bien la mímica del aplauso puede ser aislada y solitaria, aunque ya muchos no recuerden la nostálgica llamada nocturna al sereno, su nominación nunca sería como tal sino como un mero palmeado. El aplauso requiere de un grupo y siempre concita un encadenamiento de actitudes. Basta con que alguien empiece para que el reflejo empático se extienda a la concurrencia.

Sin embargo, hay circunstancias en que yo me he negado a aplaudir. Una actitud terca, un exabrupto, una anomalía. Algo que concilia el silencio interior con el rechazo al ruido colectivo impostado. No se trata solamente de una renuncia al gregarismo sino de una reivindicación de la más radical soledad.

Alas de supervivencia

San José de Costa Rica

Hoy sé que el dolor de espalda no es una cuestión fisiológica ni menos aun neurológica. Es un símbolo inequívoco de quienes tienen alas y no las usan. Poseer alas, unas extremidades corporales que incomodan demasiado cuando están ociosas y cuya inactividad genera una especie de atrofia muscular que termina suscitando un malestar que se hace crónico, es una relativa anomalía en la naturaleza. El dolor que produce su letargo llega a ser de tal calibre que apenas se alivia con analgésicos porque, dicen, afecta al alma. Con independencia de tratamientos médicos específicos, se aconseja reposo, así como higiene postural, y parece que el único ejercicio que lo atempera es cierto estilo de natación y una gimnasia muy específica, o… volar.

Para ese género de personas no hay terapia aceptable que valga. Solo un tipo de vida errático, de desplazamientos constantes, de volatilidad permanente, pareciera su razón de ser y, con ello, la satisfacción de su equilibrio fisiológico. Volar a cualquier destino sin importar el sentido, sin inquietar el mero camino.

En el parque, el bullicio de la tarde del domingo no logra distraer la majestuosidad del pruno elegante que compite con media docena de castaños y otros tantos tilos que junto a unos viejos álamos rodean la explanada en cuesta tapizada de césped. El sol juega con las tonalidades de verde luminoso de las copas frondosas que recortan su grandeza en un cielo con nubes caprichosas. Nadie repara en la paloma agazapada en un rincón del seto, ni menos aun en su ala rota. Su imagen desoladora de incapacidad terminal es un brutal contrapunto frente a los niños que corretean tras una pelota y los mayores que conversan sentados en los bancos o pasean sosegadamente mientras otros juegan a los bolos. La paloma morirá en la noche y su ala quebrada es el anuncio, un reclamo que se convierte en el propio epitafio por unos instantes. No habrá más vuelos, ni refriegas en la bandada y menos aun escarceos por la disputa de las semillas.

Hay una extraña coincidencia doble en la existencia de estos seres alados tan diferentes. Las alas les permiten vivir en libertad, pero también son un antídoto a la soledad que les asfixia todavía más cuando estando acompañados necesitan volar. Son seres raros que hacen ingrata la existencia de quienes los amparan, pues no les entienden; que repudian la atadura del cumplimiento de supuestos compromisos. Que les duela la espalda o se les quiebre un ala es lo mismo, a fin de cuentas. Agonizan lentamente y son abandonados por quienes los acompañaban hartos del sinsentido de su comportamiento que se dice egoísta. Son seres inservibles, enajenados, a la espera de que llegue la noche, como la paloma en el parque, o la excusa para cambiar de aires cuando el dolor de espalda resulta insoportable. En ambos casos son conscientes de que sus alas, reales o imaginadas, son más que una esperanza, constituyen el recurso en que se apoya su supervivencia.

Lobos solitarios

Hermann Hesse deslumbró a varias generaciones con una obra que fue una pieza clave en la educación sentimental de muchos. Si bien el escenario que se vivía en Alemania al final de la década de 1920 era muy distinto al que se daba en otros países, el texto supuso un aldabonazo a la sociedad de masas que se venía pergeñando desde finales del siglo anterior. Tras la segunda Guerra Mundial su influjo creció y en cierta medida empató con el floreciente existencialismo que se desarrollaba al otro lado del Rhin. En Estados Unidos, Salinger removía el cotarro de manera similar con El guardián entre el centeno. Hesse, como consecuencia de una hemorragia cerebral, murió mientras dormía en 1962 a la edad de 85 años, una existencia marcada permanentemente por ideas suicidas. Durante décadas El lobo estepario creció como una referencia literaria imprescindible dentro de la fecunda producción del autor, un genio del sufrimiento como el protagonista del afamado libro.

Octavio Amorim Neto, un brillante politólogo carioca, aplicó el término a Jair  Bolsonaro cuando fue elegido presidente de Brasil en 2018. Alguien que, pese a haber sido 28 años diputado, jamás había liderado algo que no fuera a su grupo de asesores parlamentarios. Un individuo guiado siempre por un radar electoral preciso y ajeno a cualquier estrategia grupal. Apenas su vinculación con su núcleo familiar, en la esfera privada, y con el gremio militar, al que perteneció en su juventud, le habían brindado un nicho de pertenencia a una estructura social; después, la soledad del lobo fue el marco de su andadura, así como, más recientemente, su estrafalaria y narcisista presidencia que ahora concluye.

Quienes no encajan en el mundo en algún instante de su vida o, quizá, durante toda su existencia, pueden tener un perfil permanentemente retraído o, en un momento dado, dar un salto hacia las bambalinas. Entrar en el Teatro Mágico de Hesse, que es la añagaza que presupone la solución a la hora de encontrar sentido a las cosas. Es asimismo el espacio donde se construye un nuevo mundo pendiente de descubrir y en el que lo único relevante es llegar a poderse reír de uno mismo. La entrada es solo para locos y su coste es la razón.

Mientras que la escritura silenciosa y solitaria es una opción, el púlpito representa la contraria. Un trasfondo perplejo, sin embargo, parece construir un hiato: la consideración de que el tiempo y el dinero pertenece a los mediocres y superficiales se adueña de la primera, a la vez que es imperio de la segunda la alharaca y el ruido compañeros del anhelado éxito, por mucho que durante largo tiempo fuera impredecible. La soledad de la estepa es irremediable, pero los lobos ya no son lo que eran. 

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