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Relaciones personales

Femenino plural

A pesar de que han pasado unos días, mi colega está todavía enojado. Me cuenta que, tras impartir una conferencia ante una audiencia numerosa que dio muestras de estar entregada a sus ideas y a la forma convincente en que las expuso, una mujer que se encontraba entre el público se acercó para felicitarlo a la vez que aprovechó para recriminarle la ausencia de citas de referencia de autoras. “Así”, me dice, “autoras, ni se dignó señalarme una sola que pudiera haber incorporado”. Unas jornadas más tarde, una compañera de trabajo, a quien estimo y valoro su inteligencia, así como su buen hacer laboral, me dice, a propósito de una reciente novela de Mónica Ojeda que acaba de leer siguiendo mi consejo, que ha tomado la decisión de no leer en el futuro sino literatura escrita por mujeres. Frente a estas historias la ultraderecha se hace fuerte atizando una de sus proclamas favoritas: la condena de la estúpidamente llamada “ideología de género”.

Son retazos representativos de por dónde viene el aire que no hacen sino generarme zozobra. Una perplejidad a la que me cuesta responder azotado no tanto por una moda que no sé si es tal ni si será pasajera cuanto por los cambios profundos e irreversibles producidos en el entorno. La búsqueda de reconocimiento se confunde con el simplismo. La picaresca se ceba en historias basadas en el predominio de formas de vida patriarcales. El sentido de la igualdad que contorna expresiones de dignidad es coartado para medrar en espacios que se consideraban vetados, aunque no hubiera cerco explícito alguno. La excelencia queda camuflada por el imperio de las cuotas y las políticas identitarias arrasan cualquier atisbo de mantenimiento de un orden que quisiera plantear otros esquemas a la hora de disponer las cosas, de establecer jerarquías o de configurar relaciones con distintos criterios. Además, no hay espacio para el beneficio de la duda, ni para la presunción, en su caso, de inocencia por comportamientos atrabiliarios del pasado que hoy son inaceptables.

España mantiene el liderazgo mundial en trasplantes a lo largo de más de un cuarto de siglo. Recientemente se ha llevado a cabo en un hospital público el primer trasplante de corazón en el país con un donante en asistolia controlada, es decir, una persona en la que la muerte acontece porque el corazón se para. Frente a los donantes en muerte encefálica en los que el corazón sigue latiendo durante la extracción de los órganos, en este caso de lo que se trata, mediante una técnica muy sofisticada, es de hacer que el corazón vuelva a latir para ser trasplantado. El equipo encargado de la intervención supera a la veintena de personas, es plural en términos de sus habilidades, de su experiencia y del género. Lo que importa es su formación y su capacidad de trabajar conjuntamente. No obstante, una foto de un momento concreto que me llega por azar presenta a las protagonistas: tres mujeres en faena ante hombres que miran. ¿Hay que reivindicarlas?

¿El sexo banal?

Mi generación, como creo que es habitual en cualquier otra del último siglo, tiene una relación particular con el sexo que pasó de tabú a tótem, de necesidad a placer, de obsesión a hastío. La pandemia refuerza las palabras de John Gray: “es posible que mucha gente migre a… un mundo virtual en el que las personas se conozcan, comercien e interactúen en el cuerpo y el mundo que ellas elijan… es probable que… muchas de las citas en la Red consistirán en relaciones eróticas en las que los cuerpos nunca lleguen a entrar en contacto. La tecnología de la realidad aumentada tal vez se utilice para simular encuentros físicos y el sexo virtual podría normalizarse pronto”. Así, a las distopías habituales de la creación del intelecto se añade ahora una previsión sobre la que empieza a haber evidencia suficiente como para aceptarla como un hecho. Si la pandemia ha redefinido mucho los vínculos entre las personas, también ha estimulado una nueva forma de interactuar que ahora solo requiere de ciertos perfeccionamientos técnicos para conferirle visos de una aceptable realidad.

Simultáneamente, Salim Ismail, un canadiense nacido en la India, embajador y miembro fundador de la Singularity University, el elitista centro de formación impulsado por Google y la NASA en Mountain View (California), expresaba que para “preparar a la humanidad para los crecientes cambios tecnológicos en los años setenta separamos el sexo del matrimonio, ahora deberíamos separar la gestación del sexo”. El alejamiento del sexo de la fecundación abre una brecha enorme no solo en términos biológicos sino culturales. Si dentro de la biotecnología, la técnica de edición genética CRISPR permitirá poder editar nuestro genoma transformando por completo la forma de enfocar la medicina y el futuro de la vida, el arrinconamiento del sexo, cuanto no su eliminación directa, supondrá no solo la definitiva separación de uno de los elementos primigenios que durante siglos estuvo presente en diferentes civilizaciones sino el establecimiento de un nuevo replanteamiento de su papel tradicional en las relaciones entre las personas.

Mi amiga me dijo claramente que trata de superar la evolución del sexo como coartada para desarrollar la especie, como artificio del amor romántico, como liberación que termina siendo servidumbre o como sumisión que acaba en redimiendo. Si bien lo que de ninguna manera aguantaba era que fuera banal. Por muchas historias que llegasen a sus oídos no aceptaba ni interpretaciones posmodernas, ni menos historias de robots o incluso tramas complicadas de alcance pretendidamente emancipador. Además, se sentía confundida en la diferenciación entre sexo y género, pero celebraba que finalmente en Costa Rica se hubiera aprobado el matrimonio igualitario, cuestión que estuvo a punto de ser decisiva en las elecciones presidenciales de 2018 inclinando insólitamente la balanza a favor de un pastor evangélico que era candidato. También aplaudía que una colega hubiera decidido ser madre subrogada, aunque de quien más orgullosa estaba era de su amiga del alma, madre por inseminación artificial anónima. Ella sabía que no podía ser original, solo quería ser auténtica.

¿Nada es personal?

Vito Corleone tenía muy clara la diferencia entre negocios y amigos. Posiblemente con la familia las cosas fueran diferentes. Pero cuando tomaba una dura decisión advertía a la persona afectada que no se figurara que andaban por medio cuestiones personales. Había un fin último más poderoso que justificaba lo decidido. La política, que a veces tiene tanto que ver con la vida mafiosa, ¿o es al revés?, impone conductas en las que, aparentemente, lo personal no desempeña papel alguno. Se dice que, bajo el imperio de las instituciones, que no son sino normas que regulan la interacción entre los individuos para evitar la incertidumbre, los nombres y apellidos, las viejas relaciones, no tienen espacio. Pero me cuesta creerlo. Suena a manual y si estos son buenos para dar los primeros pasos en una disciplina y comprender inicialmente su lógica de funcionamiento, no lo son para entender a cabalidad los procesos siempre más complejos que se dan.

Juan Carlos Monedero, colega y ahora director de la flamante Fundación Instituto 25-M, declaró hace tiempo lo siguiente: “Errejón tiene un problema. Tiene la mala cualidad de dañar a la gente que le quiere. Lo hizo con su mejor amigo [Pablo Iglesias], maltrató al profesor que más le ha cuidado, que era yo, y ha defraudado a la mujer que le permitió iniciar su vuelo propio, Manuela Carmena, la cual le ha repudiado. En lugar de hacer reflexión sigue alimentando su ira”. De pronto, los afectos entran en escena: el amor, el desapego, la cólera. En una acera política muy alejada, años antes los mensajes de pasión intercambiados por Mariano Rajoy a Luís Bárcenas (“Luís, se fuerte”) o de Francisco Camps a Álvaro Pérez “el Bigotes” (“te quiero un huevo”) trascendían la fría política para adentrarse en el siempre complejo terreno de las emociones. Por otra parte, y volviendo al presente, ¿qué acciones del monarca emérito son personales? ¿tiene derecho a ellas?

Mi amiga no cree en sesgos culturales propios de cada país como factores explicativos de estas actitudes. Ejemplos similares a los citados se pueden encontrar en todo el mundo, dice. La insistencia de que, en la cultura latina, supuestamente más efectista y pasional, lo personal sigue moviendo más montañas que la fe que en otros lugares, está por ver, añade. Sin embargo, hay dos cuestiones que a ella le llaman más la atención. La primera es la enorme velocidad en que lo nuevo se contagia de lo viejo; la caducidad inmediata de las promesas de cambio hacia pautas de comportamiento que se venden como renovadoras y la asunción de la diferencia con respecto a los vicios atávicos de la siempre presente casta en el poder como un valor por sí mismo. La segunda es la incapacidad de la ciencia política para trascender esta brecha. Capturada por la necesidad de plantear modelos, en la senda que siguieron antes otras disciplinas, relega lo subjetivo sin advertir que a veces se requiere de la ficción para entender mínimamente las cosas.

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