Después de jugar durante una década periódicamente a las cuatro esquinas he aprendido que la esquina que queda por un breve lapso libre no está desnuda. Mi ignorancia inicial me llevó a pensar que su momentánea situación de soledad la convertían en un lugar de desarraigo, que el vacío que quedaba invitaba a una ocupación necesaria que llenara su desolación. Me dije que constituía una atalaya que debía ser ocupada para ver las cosas de manera diferente. Di por hecho que la avidez de los jugadores a la hora de moverse suponía una pulsión ilimitada por la innovación, por satisfacer la curiosidad de lo que estaba vacante. Ahora sé que no es así. He tardado diez años en aprenderlo sin apenas darme cuenta.

Aunque la esquina no esté ocupada por ningún jugador y su apariencia por tanto sea la desnudez está revestida por un sinfín de ropajes de diferente naturaleza que constituyen una maraña inmarcesible. Las esperanzas, las frustraciones, el nerviosismo, la apatía, el miedo, la alegría, la soledad, el instinto de superación, la vanidad, el olvido, la ambición, la risa, el dolor, la amistad, la simpatía, el llanto, el odio, el recuerdo están presentes de una manera u otra, con una mayor o menor intensidad. Engalanan el espacio que la miopía veía libre y que el ejercicio del juego descubre ocupado. Las esquinas invitan al juego pero frente al reduccionismo de verlas estáticas su realidad es muy distinta.
Cuando juego me impregno de todo ello y construyo en cada salto un personaje que no es el mismo que el que llegó y así sucede a todo el mundo. La diversión no siempre es gozosa, el entretenimiento produce resultados variados que me impregnan y que paulatinamente me convierten en otra persona. Quienes me acompañan son cómplices. Hoy lo sé. Ha pasado tanto tiempo… O no. Una fracción que por ahora es la séptima parte de una vida, ¿es mucho? ¿Y para el resto?
Descubrir el revestimiento de la esquina es la tarea, establecer complicidades con quienes quieran acompañar el proceso es el afán porque la soledad ríspida no conduce sino a la neurosis. Algunas dosis de retraimiento son esenciales, pero la abundancia hiere. No se trata de dejar de pensar que lo efímero esté reñido con lo trascendente ni tampoco por abocar que esto comporte un cariz superior, la cuestión está en percibir los matices, en sopesar los riesgos, pero también los caminos que llevan a la frágil felicidad.

Arrastro un quintal de experiencias algunas de las cuales he ignorado y otras sigo desconociendo a pesar de que están ahí. Suponen una mochila sobre la espalda del jugador que se desempeña en desventaja en términos de su agilidad, pero cuyo utillaje allí guardado puede ser útil en momentos procelosos cuando la penuria seque la fuente de la creatividad. Revestido el terreno de juego puedo confrontar nuevos retos, ninguno especialmente arduo. Al menos he logrado ser consciente de la realidad del escenario. Nunca es tarde. Tu compañía será insoslayable.
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