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El teniente Alcántara

“Usted es el tercer Alcántara que conozco. El primero fue mi novio, José Alcántara Domínguez. Luego conocí a su padre, un hombre bueno. A mi novio lo mató la guerrilla el 13 de noviembre de 1989 cuando regresaba del frente en plena ofensiva del FSLN. José era teniente de la 1ª Brigada de Infantería, Cuartel San Carlos. Llevábamos dos años cortejando y nos íbamos a casar la víspera de Nochevieja. Siempre me intrigó la procedencia del apellido sobre lo cual nunca le pregunté. Después me casé con un hombre al que amé poco y del que me separé hace diez años. Al leer su nombre en el anuncio de la conferencia me emocioné. Ya ve, aquí estoy. Me interesa poco el asunto del que usted acaba de hablar, pero quería conocer, y platicar con alguien que se llama igual, aunque solo fuera un par de minutos”.

Desconcertado, le agradezco haberse aproximado a mí una vez finalizado el evento y azaroso le cuento del origen extremeño del apellido, poco más. En seguida le pregunto por aquella guerra tan distante y que hoy una nueva verdad oficial pretende imponerse para eliminar todo recuerdo e incluso elaborar otro relato. Una nueva banalidad del mal se ha impuesto articulada sobre una gigantesca operación de propaganda que bombardea por doquier a la gente. A través de las redes sociales la figura del líder se ensalza permanentemente. Por otra parte, el nuevo orden se ha impuesto con mecanismos basados en la estética del terror y en un operativo que dicen continuamente haber logrado la eliminación de las pandillas establecedoras de un orden mafioso.

Ella me dice que tras casarse emigró a Los Ángeles donde trabajó limpiando oficinas y su marido de mesero. Entonces era más fácil desplazarse. La ruta hacia el norte estaba despejada. Allí supo de la dimensión real de la brutal matanza del Mazote y celebró la firma de los acuerdos de Paz, así como que seguidamente en 1994 se celebraran unas elecciones en las que la gente puso todas sus ilusiones pues les dijeron que eran “las elecciones del siglo”.

Vivió casi treinta años en California hasta que la pandemia la animó a regresar a San Miguel donde ahora vive. Sus dos hijos decidieron quedarse. Su llegada fue justo después de los grandes operativos policiales contras las pandillas por ello lo que sabe lo es de oídas. La extorsión sistemática a los conductores de autobuses para entrar en las barriadas, a los negocios para poder abrir cada día, a la gente común para tener cierta seguridad en sus hogares, pertenecen a un pasado reciente que ella no vio. La persecución a quienes estaban tatuados fue sencilla pues sus grabados los delataban fácilmente porque la gente por puro miedo nunca los habría denunciado. Todo se dio en medio de un proceso selectivo que se inició contra los componentes de la denominada mara Salvatrucha en un plan al que siguió una confrontación también entre las propias pandillas.

Con un tono de voz que denota emoción me cuenta que el hijo de su hermana menor fue detenido en la vorágine a pesar de que nunca perteneció a ninguna mara y que todo esfuerzo en pro de sacarlo de la prisión ha sido vano. Con todo, me dice con una expresión triste, ahora la gente ocupa la calle, los niños juegan en la plaza y la mayoría ahorra unos pocos dólares, que ha dejado de pagar a los mafiosos, del magro salario mínimo de poco más de 300 dólares.

El artífice del cambio que aparentemente ha traído una situación de seguridad desconocida es el joven presidente que quiere permanecer en el poder a toda costa. Alguien que pertenece a una familia exitosa de origen palestino, que funge como un grupo muy cohesionado en el que las relaciones de lealtad son muy fuertes y que acumula viejos conflictos empresariales que siguen pendientes con el paso del tiempo con otras sagas como los Simán o la de Cristiani. Ella no conoce bien de redes sociales, pero sus sobrinos le ponen al día de lo que un equipo de medio millar de profesionales emite constantemente bajo su gobierno. Se dice que cada día como promedio suben cien grabaciones de contenido laudatorio diverso.

El presidente viene del mundo de la publicidad, pero no es alguien ajeno al mundo de la política. Su padre estuvo próximo al FMLN, el partido en el que se transformó la guerrilla, y él fue dos veces alcalde con dicha formación política, la segunda de la capital del país. Sin embargo, el partido le impidió ser su candidato presidencial en 2019 y él continuó su ambiciosa progresión aliándose con un partido menor gracias a que sabe de lo valioso que es vender un producto. La propaganda permanente es su estrategia de siempre. Por eso en su camino hacia la reelección, algo que la Constitución prohíbe de forma expresa, nada se le escapa, ni la adecuación de su indumentaria al evento al que asista, ni la coincidencia de los embarazos de su mujer con el calendario electoral, ni la construcción de un relato bíblico que le haga aparecer como “el elegido”.

Cambio el tema de conversación y le pregunto por su vida en Estados Unidos. Quiero saber si hubo buenos momentos, cuáles son los recuerdos que permanecen, pero ella apenas dice nada, solo balbucea algo que no termino de entender, pero en donde me parece que sobresalen tres palabras: “una vida miserable”. En un momento de silencio, roto por la circunstancia de que mis anfitriones me están llamando para dejar el salón, me atrevo a preguntarle por el recuerdo más vívido que tiene del que fuera su novio, José. Sin casi dejarme terminar me dice: “Sus ojos, sus ojos que son como los suyos”.

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